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LA GRAN ALDEA

PRÓLOGO

Estaba siendo un invierno muy frio. Terriblemente frío. Para los comerciantes, que llevasen varías semanas con nieve, no eran buenas noticias. Los caminos estaban impracticables como poco y los proveedores eran incapaces de cumplir los tiempos. Para los aldeanos eran noticias más que peores. La base de su sustento y de sus ingresos dependía en gran medida de lo que producían. Las heladas constantes, sin duda alguna, eran un gran impedimento. Un impedimento que se acrecentaba si vivías perdido en medio de la nada.

 

Las piedras con las que se había levantado aquella casa eran tan viejas como las entrañas de la montaña sobre la que se alzaba. Duras, robustas y majestuosas. A través de los ventanucos de su fachada refulgía un brillo cautivador. En su interior, en una encimera tosca, una mujer pelaba dos patatas y una cebolla con un cuchillo de madera. Se estaba tomando su tiempo. Sentada junto al fuego del hogar una niña la observaba. No se trataba de meticulosidad, estaba haciendo tiempo. En una silla quejumbrosa, una mujer anciana y curtida, miraba las sombras que en las paredes bailaban. Nadie hablaba. Solo el fuerte aire de las montañas y el chisporroteo de las llamas se escuchaban.

 

- Hace ya diez días que bajaron al pueblo a comerciar – musitó la mujer sin dejar de mover el cuchillo. - ¿Y si les ha pasado algo Babá?

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Babá no se inmutó. La niña dio un leve respingo.

 

- No se tarda tanto ni en el peor de los casos.

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- Tan solo es el tiempo – dijo finalmente la anciana.

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- Deberíamos...

​

- â€‹No - graznó la anciana con rotundidad-, no vamos a movernos de aquí de momento.

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El aire rugió con violencia. La casa emitió un lamento ahogado. Las maderas traquetearon y el silencio se apoderó de nuevo de la estancia hasta que el fuego se debilito.

 

​Ixeia añade un tizón al fogaril y siéntate a mi lado – ordenó la anciana al tiempo que de sus vestiduras sacaba un pequeño bulto envuelto en un paño.

 

La niña la obedeció miméticamente. Cogió un madero, lo añadió y se sentó en el suelo a sus pies. La anciana depositó el paño en su regazo y con un cuidado ceremonial lo abrió.

 

- La baraxa Ixea - con un hábil movimiento extendió los naipes e hizo tres perfectos montones - ¿Conoces?

 

- He oído.

 

- ¿Solo has oído? – Babá miró de soslayó a la mujer hasta que encontró su mirada. No hicieron falta palabras. Dejó el cuchillo y se sentó junto a ellas – Voy a enseñarte a jugarla. Elige un montón y coge una carta.

 

Cada una de las cartas, de curtida piel de cabra, tenía un contorno irregular. Por un lado estaban meticulosamente tiznadas y por el otro...

 

​- La soniadora – dijo con solemnidad la anciana mostrando la carta en alto. Tenían un hermoso dibujo pintado con tintes a mano. - La soniadora significa que...

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El aire continuó soplando en el exterior. Inclemente y salvaje. Oscuro y despiadado como La Nada que las rodeaba... solo qué durante unas horas su verdad fue otra.

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